
El Fun Center del shopping está repleto. Nicolás
lleva quince minutos disparando y matando a cien
terroristas. No se da cuenta de que lo miro como
haciéndole cariño con los ojos, sin atreverme a
tocarlo. "Te quiero", le digo en voz baja, pero no
escucha. Lo matan, se amurra, patea la máquina.
"Papá, quiero jugar de nuevo", me dice.
"Nos vamos", dice la Antonia. Trato de pedirle
otra media hora, pero no me salen las palabras.
Nicolás reclama, pero cede ante la promesa de
un helado. Los veo alejarse y sollozo en silencio,
esperando hasta el próximo fin de semana.